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El embarazo es una etapa de grandes cambios, tanto físicos como emocionales. Sin embargo, no siempre se tiene en cuenta cómo las experiencias de la madre, especialmente durante los primeros meses, pueden dejar huella en la salud futura del bebé. Una nueva investigación en monos salvajes revela que el estrés en el embarazo temprano puede modificar la forma en que el organismo del hijo responderá al estrés durante toda su vida.
Estos hallazgos, obtenidos a partir de un seguimiento durante nueve años, apuntan a que incluso situaciones cotidianas como una discusión familiar o una etapa de escasez económica podrían alterar el equilibrio hormonal del feto. Y ese pequeño desajuste, en una fase tan delicada del desarrollo, puede influir en el sistema inmune, en la microbiota intestinal o en la capacidad para gestionar emociones en la edad adulta.
Lejos de ser una advertencia alarmista, este descubrimiento abre la puerta a nuevas formas de cuidar la salud desde antes del nacimiento. ¿Cómo podemos identificar las señales de estrés en el primer trimestre? ¿Qué herramientas tenemos para prevenir daños futuros con pequeños cambios ahora? Lo exploramos a continuación.
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Lo que ocurre en el primer trimestre marca una diferencia
Durante el primer trimestre, el cuerpo del feto comienza a formar sus sistemas fundamentales. Es justo en esa fase cuando el entorno materno tiene una mayor capacidad de influir en el desarrollo del bebé.
Según el estudio realizado por el Instituto Alemán de Primatología y la Universidad de Göttingen, los niveles de glucocorticoides —las hormonas del estrés— presentes en la madre en esta etapa inicial tienen un impacto directo en el eje HPA del feto, encargado de regular la respuesta al estrés.
Simone Anzá, primera autora del estudio, lo explica así: “Cuanto más estrés sufrió la madre al principio del embarazo, más activa era la respuesta al estrés en sus crías años después”. Es decir, el cuerpo del bebé aprende desde el útero cómo responder ante situaciones adversas, y esa “programación” permanece activa durante toda la vida.
Lo interesante del estudio es que estos efectos no se observaron cuando el estrés ocurrió en fases posteriores del embarazo o durante la lactancia. Esto refuerza la idea de que hay una ventana crítica en el desarrollo en la que incluso factores moderados —como cambios en la temperatura, falta de alimento o tensiones sociales— pueden dejar una huella profunda.
Además, esta investigación se hizo con monos salvajes, sin las condiciones artificiales de un laboratorio, lo que refuerza su validez y su aplicabilidad a entornos humanos reales. En otras palabras: no hace falta un trauma extremo para que el estrés en el embarazo temprano deje una marca. A veces, basta con una acumulación de pequeñas tensiones.
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Qué consecuencias puede tener en la salud de los hijos
El estrés en el embarazo temprano no solo deja una huella en la forma en que el organismo responde a situaciones difíciles. Según este estudio, los efectos se extienden a otros sistemas fundamentales del cuerpo, como el sistema inmune y el microbioma intestinal, dos pilares clave de la salud a largo plazo.
Uno de los cambios más consistentes observados fue una hiperactividad del eje HPA, el sistema encargado de regular las respuestas físicas y emocionales al estrés. Esto significa que los hijos de madres expuestas a estrés temprano tienden a tener una mayor reactividad al estrés incluso en la adultez. Una situación que puede aumentar el riesgo de trastornos de ansiedad, problemas de regulación emocional o incluso enfermedades cardiovasculares si no se gestiona adecuadamente.
También se observaron alteraciones en el desarrollo del sistema inmune, lo que puede traducirse en una mayor susceptibilidad a infecciones o una respuesta inflamatoria desajustada. Y, en paralelo, cambios en la composición del microbioma intestinal, un conjunto de microorganismos que influye en el metabolismo, el estado de ánimo y la salud digestiva.
Estos efectos se manifestaron desde la infancia, pasaron por la etapa juvenil y llegaron hasta la edad adulta de los monos, es decir, hasta los nueve o diez años. Lo que demuestra que no se trata de alteraciones pasajeras, sino de adaptaciones biológicas permanentes.
El dato clave es que estas consecuencias aparecieron sin necesidad de eventos traumáticos extremos. Bastaron cambios moderados en el entorno, como escasez de alimentos o conflictos sociales, para provocar modificaciones fisiológicas relevantes.
Esto subraya la importancia de prestar atención incluso a los estresores cotidianos durante los primeros meses de embarazo.
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Efectos del entorno materno al desarrollo del bebé
Uno de los puntos más valiosos de esta investigación es su diseño a largo plazo en condiciones naturales. Durante nueve años, el equipo científico observó a grupos de macacos de Assam en libertad, en su entorno real en Tailandia. Esto marcó una diferencia clave frente a otros estudios realizados en laboratorio, donde las condiciones están controladas artificialmente.
A lo largo del estudio, los investigadores recogieron de forma periódica muestras fecales de las hembras embarazadas, midiendo los niveles de metabolitos de glucocorticoides para conocer su exposición al estrés. Evaluaron factores como la disponibilidad de alimento, los cambios de temperatura o los conflictos sociales en el grupo.
Posteriormente, esos datos se cruzaron con las mediciones hormonales de las crías en distintas fases de su vida. El resultado fue una correlación clara entre el estrés en el embarazo temprano y los cambios en el sistema de respuesta al estrés en los hijos, incluso muchos años después.
También se identificaron otras consecuencias, ya documentadas por el mismo equipo en análisis anteriores: problemas de crecimiento, alteraciones en el microbioma y una función inmune debilitada. Todo ello derivado de lo que ocurría durante las primeras semanas de gestación.
Oliver Schülke, investigador principal, lo resume así: “Nuestros resultados indican que el momento en que se produce la exposición al estrés durante el embarazo tiene un impacto decisivo en la salud futura del bebé. Y no hacen falta situaciones extremas: incluso cambios moderados en el entorno pueden ser suficientes”.
La importancia de este estudio no reside solo en los datos obtenidos, sino en su aplicabilidad a la salud humana. Ofrece una nueva perspectiva para la prevención, al mostrar que el mero hecho de cuidar el entorno emocional y físico en el primer trimestre de embarazo puede ser determinante para el bienestar futuro de una persona.
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Cómo podemos actuar desde el principio
Saber que el estrés en el embarazo temprano puede tener efectos duraderos nos da la oportunidad de actuar a tiempo. No se trata de eliminar por completo cualquier situación estresante —algo imposible—, sino de identificar los factores que generan tensión y aprender a gestionarlos desde las primeras semanas de gestación.
Entre las fuentes más comunes de estrés en el primer trimestre están los cambios hormonales, la incertidumbre sobre el embarazo, las preocupaciones económicas o los conflictos familiares. Aunque no siempre se consideran graves, este tipo de estresores pueden acumularse y generar un impacto real en la salud del bebé.
Por eso, es fundamental que el entorno de la embarazada —pareja, familia, trabajo, atención sanitaria— esté alineado con el objetivo de proteger su bienestar emocional. A veces, un cambio pequeño, como reducir el ruido mental, dormir mejor o sentirse acompañada, puede marcar una gran diferencia.
La atención primaria y la matrona tienen un papel clave para detectar signos de estrés desde el inicio y derivar a recursos adecuados si es necesario. Además, muchas técnicas sencillas como la respiración consciente, el ejercicio suave, o el apoyo psicológico breve han demostrado beneficios tanto en la madre como en el desarrollo del bebé.
Lo más importante es comprender que el estrés leve también cuenta. Y que no hace falta esperar a una situación límite para pedir ayuda o hacer ajustes. Cuidarse desde el primer trimestre no es un lujo: es una forma efectiva de prevenir problemas de salud en el futuro.
El estudio fue publicado en enero de 2025 en la revista Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences.
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