La anorexia infantil es un problema cada vez más frecuente que muchas familias desconocen hasta que ya está avanzado. No se trata solo de que un niño no quiera comer, sino de un trastorno que puede afectar seriamente su desarrollo físico y emocional. En los últimos años, sobre todo tras la pandemia, los casos han aumentado y comienzan a edades más tempranas de lo habitual. Por eso es tan importante saber distinguir entre la pérdida de apetito normal en la infancia y un trastorno de la conducta alimentaria que requiere intervención.
Por cierto, ¿ya conoces el comparador de seguros de salud de PuntoSeguro? Si lo usas, podrás comparar precios y coberturas en 1 minuto, recibirás asesoramiento experto gratuito y obtendrás ayuda para cancelar tu póliza actual. Además, podrás participar en el #RetoPuntoSeguro y, si superas los retos mensuales de vida activa, recibirás interesantes bonificaciones en la renovación de tu póliza. Si todavía no te has enterado, infórmate aquí.
Qué es la anorexia infantil y por qué va en aumento
Hablar de anorexia infantil no es lo mismo que hablar de niños que comen poco. Aunque muchas familias se enfrentan a etapas en las que sus hijos parecen haber perdido el apetito, no siempre estamos ante un trastorno alimentario. La clave está en saber distinguir entre una situación evolutiva, habitual en la infancia, y un problema clínico que requiere intervención específica.
La anorexia infantil como trastorno se manifiesta cada vez a edades más tempranas. Desde la pandemia, muchos profesionales han alertado de un aumento notable en el número de diagnósticos. Esto no solo preocupa por la cantidad de casos, sino también porque el trastorno aparece ahora en menores que antes ni siquiera formaban parte de los grupos de riesgo tradicionales.
Veamos con más detalle cómo diferenciar ambas realidades y qué ha cambiado en los últimos años para que este problema esté creciendo.
Diferencias entre falta de apetito y trastorno alimentario
Una de las confusiones más frecuentes es la de pensar que cualquier niña o niño con poco apetito está desarrollando un trastorno alimentario. En realidad, la mayoría de los niños pasan por fases en las que comen menos o rechazan ciertos alimentos. Esto puede deberse al crecimiento, al cansancio, a una infección o incluso a un cambio en las rutinas. Este tipo de inapetencia es transitoria y responde a estímulos concretos, por lo general sin consecuencias graves.
La anorexia infantil como trastorno es otra cosa. Implica una restricción persistente de la alimentación, acompañada en algunos casos de miedo a engordar, obsesión por el cuerpo o rechazo frontal a comer, sin causa médica que lo justifique. A veces se oculta detrás de conductas muy sutiles: comer solo, rechazar alimentos sólidos, evitar comidas familiares o mostrarse especialmente nervioso al sentarse a la mesa.
Una señal clara de alarma es la pérdida de peso o el estancamiento del crecimiento sin motivo aparente. Aquí no hablamos de una fase, sino de un patrón sostenido que interfiere con la salud física, emocional y social del menor.
El impacto de la pandemia en el aumento de casos
Desde 2020, muchos profesionales sanitarios han reportado un aumento significativo de casos de anorexia infantil, y lo que más preocupa es que la edad media del primer diagnóstico ha bajado. Niñas y niños de 8, 9 o 10 años están presentando conductas de restricción alimentaria que antes eran propias de adolescentes.
La pandemia generó un entorno propicio para este repunte: aislamiento social, miedo, incertidumbre, disrupción de rutinas escolares y familiares, y un uso intensivo de pantallas. En ese contexto, la exposición constante a imágenes corporales idealizadas y discursos sobre la delgadez y el control corporal pudo actuar como detonante en menores con ciertas vulnerabilidades previas.
Además, el estrés familiar acumulado y el menor contacto con el entorno escolar (uno de los espacios donde se suelen detectar los primeros signos) dificultaron una intervención temprana. Todo esto ha contribuido a que, hoy en día, la anorexia infantil sea un reto clínico y social más visible, más urgente y más complejo de abordar
⇒Lee esto también: Cómo saber si tu bebé tiene estenosis pilórica y qué hacer
Anorexia infantil: causas, factores de riesgo y señales de alarma
La anorexia infantil no tiene una única causa. Se trata de un trastorno con origen multifactorial, donde intervienen aspectos biológicos, emocionales, familiares y sociales. Por eso, al analizar por qué un niño deja de comer, es importante mirar más allá del plato.
Comprender estos factores no solo ayuda a detectar el problema, sino también a prevenirlo. Muchas veces, el trastorno se gesta de forma silenciosa y las señales pueden pasar desapercibidas. Por eso, tanto en casa como en la escuela, es fundamental saber qué observar.
Factores biológicos, psicológicos y familiares
Hay niños con una mayor predisposición biológica a desarrollar trastornos de la conducta alimentaria. En familias donde ya ha habido antecedentes (madres, padres, hermanos con TCA), el riesgo aumenta. También se ha observado una relación con alteraciones en neurotransmisores que regulan el apetito y el estado de ánimo.
En el plano psicológico, algunos perfiles de personalidad aparecen con más frecuencia en menores que desarrollan anorexia: perfeccionismo, rigidez mental, necesidad de control, baja autoestima o dificultad para expresar emociones negativas. Estos rasgos no provocan el trastorno por sí solos, pero pueden actuar como terreno fértil si se combinan con otros factores de estrés.
El entorno familiar también juega un papel importante. Una educación muy rígida, la sobreprotección, los conflictos no expresados o la falta de comunicación emocional pueden influir en la aparición del trastorno. En particular, los comentarios relacionados con el cuerpo, el peso o la comida —incluso si se hacen sin mala intención— pueden tener un efecto profundo en niños con alta sensibilidad.
Señales que deben alertarte en casa o en la escuela
Reconocer los primeros signos es clave para intervenir a tiempo. Estas señales pueden variar, pero hay patrones comunes que conviene tener en cuenta:
-
Pérdida de peso inexplicable o falta de aumento en etapas de crecimiento.
-
Rechazo a ciertos grupos de alimentos, excusas para no comer o rituales alimentarios extraños.
-
Cambios de humor asociados a las comidas, ansiedad o irritabilidad al sentarse a la mesa.
-
Preferencia por comer a solas o esconder comida.
-
Comentarios negativos sobre su cuerpo o miedo a engordar, incluso en niños muy pequeños.
-
Aislamiento social, descenso en el rendimiento escolar o apatía general.
En el entorno educativo, el profesorado puede notar que el menor evita el comedor escolar, está siempre cansado o tiene dificultad para concentrarse. También es frecuente que usen ropa más ancha para ocultar su cuerpo o cambios físicos.
Estas señales, si se repiten o se intensifican, requieren una valoración profesional lo antes posible. Cuanto más temprano se detecta la anorexia infantil, más eficaz puede ser la intervención.
⇒Lee esto también: Insatisfacción corporal y depresión en niños, una conexión preocupante
¿Cómo se diagnostica la anorexia infantil?
El diagnóstico de la anorexia infantil no es sencillo, sobre todo cuando el entorno tiende a normalizar ciertas conductas como el rechazo a la comida o la pérdida de apetito. Sin embargo, una evaluación a tiempo puede marcar la diferencia entre una intervención eficaz y un trastorno que se cronifica.
Detectar el trastorno implica mirar no solo el peso, sino también las emociones, las relaciones familiares, el comportamiento del menor y su desarrollo general. Por eso, se recomienda una valoración completa que tenga en cuenta tanto la parte médica como la psicológica y nutricional.
Criterios clínicos y pruebas médicas
El punto de partida para diagnosticar un trastorno alimentario es adaptar los criterios clínicos del DSM-5 a la edad del menor. En el caso de la anorexia nerviosa, se tienen en cuenta tres aspectos fundamentales:
-
Restricción significativa de la ingesta energética en relación con las necesidades.
-
Miedo intenso a engordar o comportamientos que interfieren en la ganancia de peso.
-
Alteración en la percepción del cuerpo o negación del problema.
En niñas y niños, estos criterios se ajustan. En lugar de fijarse solo en el IMC (Índice de Masa Corporal), se analiza si el menor está un 15% por debajo del peso esperado para su edad y estatura, usando tablas pediátricas específicas. También se valora la evolución del crecimiento en los últimos meses, no solo el dato puntual.
La gravedad del trastorno se clasifica en función del grado de desnutrición y las alteraciones clínicas. En casos graves, pueden aparecer signos de riesgo vital como bradicardia, hipotensión o desequilibrios electrolíticos, lo que obliga a tomar decisiones médicas inmediatas.
Evaluación integral en consulta pediátrica y psicológica
Un diagnóstico riguroso necesita algo más que mirar el peso. La evaluación debe ser multidisciplinar e incluir:
-
Entrevista clínica con el menor, observando su lenguaje, actitud y conductas en torno a la comida.
-
Encuentro con la familia, para conocer el contexto emocional, las dinámicas en casa y la historia alimentaria.
-
Valoración psicológica para identificar posibles trastornos asociados como ansiedad, depresión o trastornos obsesivos.
-
Exploración médica completa, buscando signos físicos de malnutrición, como piel seca, caída de cabello, uñas frágiles o fatiga persistente.
-
Análisis de sangre y orina para detectar déficits nutricionales, alteraciones hormonales o daños en órganos internos.
Esta evaluación conjunta no solo permite confirmar el diagnóstico, sino también diseñar un tratamiento personalizado. En la anorexia infantil, actuar rápido es clave para evitar complicaciones que pueden afectar al crecimiento, la pubertad o el desarrollo cognitivo.
⇒Lee esto también: Lo que debes saber para contratar un seguro de salud si estás embarazada
Tratamiento de la anorexia infantil: qué funciona y cómo se aplica
El tratamiento de la anorexia infantil debe ser integral, adaptado a cada caso y basado en la coordinación entre profesionales sanitarios y la familia. No se trata solo de que el menor vuelva a comer, sino de reconstruir su relación con la comida, abordar el malestar emocional que hay detrás y modificar patrones familiares que pueden estar manteniendo el trastorno.
El enfoque más eficaz es el multidisciplinar. El equipo debe estar formado por pediatra, nutricionista, psicólogo o terapeuta especializado y, cuando es posible, incluir terapia familiar. Cada profesional aporta una parte del proceso, pero todos trabajan con un objetivo común: la recuperación física, emocional y social del menor.
Uno de los modelos más eficaces es la terapia familiar Maudsley. En ella, los padres asumen desde el inicio el control de la alimentación, apoyados por el equipo terapéutico. Poco a poco, se devuelve al niño o la niña esa autonomía, una vez recuperado el peso y estabilizado el estado emocional.
En cuanto a la parte nutricional, se recomienda iniciar con una ingesta de 30-40 kcal por kilo al día. El objetivo es la recuperación ponderal gradual, con apoyo y sin forzar. En algunos casos, cuando no se logra avanzar, puede utilizarse ciproheptadina, un fármaco que estimula el apetito y que ha demostrado buenos resultados como apoyo temporal. La hospitalización solo se plantea en situaciones graves, y siempre que sea posible se prioriza la atención ambulatoria o en el propio hogar, con el acompañamiento de la familia.
⇒Lee esto también: ¿Merece la pena incluir a los niños en el seguro de salud?
Prevención de la anorexia infantil: el papel clave de la escuela y la familia
La prevención de la anorexia infantil comienza mucho antes de que aparezcan los síntomas. En edades tempranas, las niñas y los niños están formando su identidad, su relación con el cuerpo y su manera de gestionar las emociones. Por eso, el entorno escolar y familiar se convierte en un espacio clave para actuar antes de que el trastorno se instale.
Los centros educativos tienen un contacto diario con la infancia y son el lugar ideal para implantar programas de prevención que aborden la educación alimentaria, la autoestima y la gestión emocional. Iniciativas como la impulsada por la Comunidad de Madrid han demostrado que trabajar estos temas desde edades tempranas ayuda a reducir factores de riesgo y fortalecer las herramientas personales. Estos programas incluyen sesiones informativas, dinámicas participativas y talleres adaptados a cada etapa educativa.
En casa, la prevención empieza por cómo se habla de la comida, del cuerpo y del valor personal. Evitar comentarios sobre el peso, fomentar una alimentación variada sin presiones y validar las emociones son gestos pequeños que protegen a largo plazo. También es esencial que madres y padres estén atentos a cambios de conducta relacionados con la alimentación, el estado de ánimo o la imagen corporal, y que sepan cuándo pedir ayuda profesional.
La detección temprana es una forma de prevención en sí misma. Cuanto antes se actúe, menos probabilidades habrá de que el problema se cronifique. Y en todo este proceso, la coordinación entre familia, escuela y pediatra resulta fundamental.
⇒Esto también te interesará: Los Mejores Seguros de Vida Riesgo: comparativa de precios y coberturas
Descubre PuntoSeguro Fit
Desde PuntoSeguro queremos ayudarte a tener una vida más saludable. Contratando tu seguro de salud o tu seguro de vida con PuntoSeguro tienes acceso gratuito a la app PuntoSeguro Fit.
Además de tener controlada tu actividad física diaria, y contribuir a causas sociales, podrás obtener una bonificación de hasta 120 € en cada renovación.
Otros artículos de interés
- Lo que tienes que saber para contratar un seguro de salud para toda la familia
- La salud metabólica de los niños se puede mejorar haciendo ejercicio durante el embarazo
- Gases en el bebé: causas, síntomas y diagnóstico
- Hacer ejercicio excesivo puede ser un síntoma de un trastorno alimentario
- La falta de sueño nocturno puede afectar a vida emocional de los niños