La pérdida de memoria asociada al envejecimiento afecta a millones de personas y suele considerarse una consecuencia inevitable del paso del tiempo. Pero la ciencia empieza a demostrar que no siempre es así. Nuevas investigaciones muestran que el cerebro conserva la capacidad de recuperarse y que ciertos procesos pueden revertir la pérdida de memoria incluso en edades avanzadas.
El estudio más reciente, realizado por la Universidad de Virginia Tech, ha logrado restaurar la memoria en ratas mayores mediante la reactivación de genes implicados en el aprendizaje. Estos avances no solo ayudan a entender cómo envejece el cerebro, sino que también abren la puerta a terapias que podrían prevenir o ralentizar el deterioro cognitivo en humanos.
Recuerda que en PuntoSeguro queremos que vivas mogollón y con buena salud. Por eso compartimos contigo, entre otras cosas, los últimos hallazgos científicos que pueden ayudar a tener una vida más saludable. En este artículo te explicamos qué mecanismos están detrás de este descubrimiento, cómo se ha logrado revertir el daño y de qué manera los hábitos saludables —como el ejercicio o la alimentación equilibrada— también influyen en la salud de la memoria.
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Revertir la pérdida de memoria, un objetivo que la ciencia empieza a alcanzar
Un equipo de la Universidad de Virginia Tech ha demostrado que el cerebro no solo puede frenar el deterioro con la edad, sino también recuperar funciones perdidas. En su estudio, los investigadores emplearon técnicas de edición genética de precisión para revertir la pérdida de memoria en ratas mayores, actuando directamente sobre los procesos moleculares que se alteran con el envejecimiento.
El trabajo, dirigido por el profesor Timothy Jarome, se centró en dos regiones clave: el hipocampo, donde se forman los recuerdos, y la amígdala, relacionada con las emociones. En ambas, identificaron desequilibrios en una molécula llamada K63 poliubiquitina, que regula cómo las neuronas se comunican.
En las ratas ancianas, esta molécula se comportaba de forma anómala. Su exceso en el hipocampo y su descenso en la amígdala dificultaban la consolidación de nuevos recuerdos. Al corregir esos niveles mediante herramientas CRISPR, los científicos observaron que los animales recuperaban su capacidad de aprendizaje y memoria.
Estos resultados confirman que la pérdida de memoria con la edad no es un proceso irreversible, sino una consecuencia de alteraciones químicas que pueden corregirse. Según los autores, comprender estos mecanismos permitirá diseñar estrategias para mantener la función cognitiva y prevenir enfermedades como el Alzheimer.
Qué cambios moleculares explican la pérdida de memoria con la edad
El envejecimiento cerebral altera los mecanismos que permiten que las neuronas se comuniquen y consoliden los recuerdos. Uno de los procesos implicados es la poliubiquitinación K63, un sistema que actúa como una etiqueta que indica a las proteínas neuronales cómo deben comportarse.
En condiciones normales, este sistema mantiene el equilibrio entre las señales necesarias para formar nuevos recuerdos y las que regulan las emociones. Pero con el paso del tiempo ese equilibrio se rompe: aumenta la actividad de K63 en el hipocampo —donde se fijan los recuerdos— y disminuye en la amígdala, encargada de las memorias emocionales.
El equipo de Virginia Tech utilizó la herramienta CRISPR-dCas13 para restaurar esos niveles a su estado original. Como resultado, las ratas mayores recuperaron su rendimiento en pruebas de memoria. Es decir, corregir una sola alteración molecular bastó para mejorar la función cognitiva.
Este hallazgo muestra que los cambios en la memoria no dependen solo del desgaste neuronal, sino también de ajustes químicos reversibles que controlan la actividad de los genes. Y confirma que el envejecimiento no destruye la capacidad de aprender, sino que la “desactiva” temporalmente.
El gen IGF2, clave para revertir la pérdida de memoria
Entre los genes que regulan la memoria, el IGF2 (factor de crecimiento similar a la insulina tipo 2) desempeña un papel decisivo. Este gen favorece la plasticidad sináptica, es decir, la capacidad del cerebro para crear nuevas conexiones entre neuronas. Sin embargo, con la edad su actividad disminuye porque se silencia mediante un proceso epigenético llamado metilación del ADN.
En el estudio, los investigadores comprobaron que en las ratas viejas la zona promotora del gen IGF2 mostraba un aumento de metilación, lo que impedía su funcionamiento normal. Al aplicar una técnica de edición genética basada en CRISPR-dCas9-TET1, lograron eliminar esas marcas químicas y reactivar el gen.
Cuando el IGF2 volvió a expresarse, los animales recuperaron la memoria y la capacidad de aprendizaje. En cambio, en las ratas de mediana edad —donde el gen aún no estaba completamente silenciado— la intervención no produjo cambios. El detalle clave que el tratamiento solo resultó eficaz cuando la pérdida de memoria ya se había instalado, lo que indica que el momento de la intervención es determinante.
Según el equipo de Jarome, este hallazgo demuestra que el cerebro conserva su potencial incluso en edades avanzadas y que modificar la actividad de genes como IGF2 podría revertir los efectos del envejecimiento sobre la memoria.
Qué significa este avance para la salud cerebral
Este hallazgo supone un cambio de perspectiva en la forma de entender el envejecimiento del cerebro. Hasta ahora se consideraba que la pérdida de memoria era consecuencia de un daño irreversible en las neuronas. Sin embargo, el estudio demuestra que el deterioro cognitivo puede deberse a cambios químicos que se pueden revertir, lo que abre la puerta a nuevas terapias dirigidas a restaurar la función cerebral.
Reactivar genes como IGF2 podría convertirse en una estrategia eficaz para prevenir o retrasar enfermedades neurodegenerativas, entre ellas el Alzheimer. Además, la posibilidad de intervenir sobre procesos epigenéticos —las marcas químicas que regulan qué genes se activan o se silencian— ofrece un enfoque más flexible que los tratamientos tradicionales.
No obstante, los autores insisten en que estos resultados, aunque prometedores, se han obtenido en modelos animales y todavía queda mucho camino para trasladarlos a la práctica clínica. El reto será diseñar terapias seguras y específicas que logren los mismos efectos en humanos sin alterar otras funciones cerebrales.
Aun así, el mensaje queda claro: el cerebro envejecido no está condenado a la pérdida definitiva de memoria. Con las herramientas adecuadas, su capacidad de recuperación sigue viva.
Ciencia y hábitos, dos caminos que se refuerzan para proteger la memoria
El descubrimiento de que el cerebro puede revertir la pérdida de memoria gracias a la edición genética marca un hito en la investigación sobre el envejecimiento. Sin embargo, este tipo de avances no sustituye las estrategias cotidianas que fortalecen la salud cerebral, sino que las complementa.
La ciencia molecular y los hábitos de vida actúan en el mismo sentido: ambos estimulan la plasticidad neuronal y mantienen activos los genes que favorecen el aprendizaje y la memoria. Mientras la investigación busca reactivar procesos que el tiempo apaga, las rutinas saludables ayudan a mantenerlos encendidos durante más años.
Adoptar un estilo de vida activo, cuidar la alimentación y mantener la mente en movimiento no solo prepara el terreno para aprovechar futuros tratamientos, sino que ya hoy reduce el riesgo de deterioro cognitivo y mejora la calidad de vida en la madurez.
El mensaje es esperanzador. El envejecimiento no implica necesariamente olvido. Cada paso —desde caminar con frecuencia hasta dormir bien o aprender algo nuevo— contribuye a mantener el cerebro joven y receptivo. La ciencia confirma que la memoria puede cuidarse, protegerse y, en parte, recuperarse.
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